Por: Juan Pablo
Toledo
El cuento de hadas que nos echaron
para decirnos cómo se creó el dinero está lleno de fallas de origen, nos han
querido hacer pensar que fue una necesidad colectiva, un consenso universal,
uno de los mandamientos perdidos en la tabla que un Moisés delirante partió en
el monte Sinaí.
Nuestra especie en sus diferentes territorios
ha practicado infinidad de acciones y pensamientos, infinitas formas diferentes
de satisfacer las necesidades más fisiológicas y las más intelectuales. Hubo
culturas sin escritura, algunas sin familia estructural, otras sin guerra, sin
casa fija e increíblemente (para nosotros los citadinos) hasta hubo los que no
ligaban la mierda con el agua limpia.
Entonces, ¿cómo es que en esa
diversidad todo el mundo se puso de acuerdo y decidió usar dinero? ¿De verdad
el dinero es así de íntimo a nuestra naturaleza? Todas las culturas tenían el
equivalente al médico, la fiesta y al velorio, ¿pero acaso el dinero se puede
comparar con la salud, la alegría y el duelo, en su intimidad con nosotros?
Según el cuento, estaba un tipo que
criaba gallinas y otro que sembraba papas, un día el de las papas se cansó de
comer sólo papa y el otro ya iba a salir volando de tanto comer gallina.
Entonces decidieron hacer un intercambio para ver si hacían un chupe insípido
cada quien por su lado. Pues la cosa no resultó bien, ambos quedaron con la
idea de que el otro había salido ganando en el trueque y mágicamente decidieron
que no se harían más intercambios injustos, creándose así un sistema perfecto
de equivalencias basado en diversos corotos con un valor arbitrario dado: minerales,
conchas de mar, metales, etc. Esto era el último grito, ahora un kilo de papas
te valía tres conchas de mar, una gallina te valía seis y un paquete de pañales
salía en mil, nadie más sería estafado por ese truculento y terriblemente
inexacto sistema de trueques.
Eso de producir sólo una cosa es un
mito, es evidente que es un reduccionismo del cuento para ilustrar el punto,
pero en absoluto es posible que alguien teniendo que subsistir de su propia
energía en una sociedad no-capitalista, se lance a cultivar nada más que papas,
y ojo, a sabiendas de que sólo es un truco retórico, éste nos lleva a
preguntarnos: ¿Cómo se producía y cuál era ese sistema que mantenía la vida de
la gente en aquellos tiempos?
A diferencia de nuestra cultura
actual, donde todo el mundo usa prendas de vestir genéricas, hechas con
materiales genéricos, con tallas genéricas; se vive en casas genéricas, hechas
todas con la misma tecnología genérica; se comen sólo los alimentos propensos a
producirse industrialmente; lo natural fuera de la cultura universalizadora del
capitalismo es que nuestra subsistencia tienda a la diversidad. Es decir, que
en cada territorio se hable, se vista, se coma y se refugie diferente; que haya
en cada lugar una cultura diferente, donde el abastecimiento y la satisfacción
de las necesidades cumplan un ciclo completo con los materiales y recursos que
están a disposición. En la diversidad el trueque masivo con otras culturas y
territorios sería inútil, cuando mucho sería (como efectivamente era) uno de
los recursos usados para limar diferencias con sociedades vecinas para alejar
la posibilidad de enfrentamientos violentos.
No hay prueba alguna de la existencia
de una cultura que haya partido del trueque, luego haya acuñado moneda y
después haya creado el crédito; el trueque como lo entendemos hoy nace de
experiencias donde el dinero era común y luego dejó de circular moneda,
haciendo que las personas ejecutaran el mismo sistema de equivalencias del
dinero, pero intercambiando objetos, como se dio durante el "corralito"
en Argentina.
El dinero es una
abstracción materializada; el concepto de equivalencia aplicado a las
relaciones sociales
Ninguna cultura previa al capitalismo
se iba a lanzar el suicidio de hacer que una unidad fundamental de dicha
cultura (sea individuo, pareja, familia, tribu, colectivo, secta, caserío o
pueblo) se dedicara a producir únicamente un elemento.
El anacronismo es boleta, y encubre a
los verdaderos responsables de la creación del dinero haciendo creer que fue la
colectividad en su afán de intercambio insaciable la que generó esa necesidad.
Las aristocracias de las culturas guerreras expansionistas son las que más
ganaron con el invento del dinero, un elemento valioso, intercambiable por
útiles, servicios, comida, sexo, personas, energía, tiempo, espacio; que no
pierde sus propiedades con el tiempo, que no se pudre, que no ocupa mucho
espacio y que no se muere. Eso sólo podría interesarle a alguien que puede
acumular riqueza, nunca a los que viven de lo que producen de forma directa.
En todas las academias nos siguen
metiendo el cuento del progreso que significó el dinero para nuestra especie,
pero la alienación que ha producido no justifica ningún progreso. El dinero es
una abstracción materializada; el concepto de equivalencia aplicado a las
relaciones sociales. Esto ha traído consigo que ahora sepamos cuántos tomates
vale un carro usando una regla de conversión, y eso puede que no sea un asunto
grave, pero el mismo mecanismo permite saber cuántos tomates vale contratar un
sicario, cuántas gallinas vale un polvo y cuántas botellas de cocuy vale un día
de trabajo de un mecánico.
El poder hacer equivalencia entre
atributos inherentes a las personas y objetos nos ha hecho un gran daño, es la
piedra fundacional del egoísmo, de la falta de empatía, del "yo estoy
pagando", abre la puerta a la explotación, a la generación de riqueza
(madre de la pobreza), a la cultura insaciable del humanismo donde los ricos
tienen la posibilidad de ser iguales, libres y fraternos a expensas del sudor
de todos los pobres.
La sociedad se ha organizado bajo un
sistema que presenta únicamente el requisito de poseer dinero para poder
obtener objetos, mientras más dinero tienes más objetos puedes obtener. Esta
posibilidad hace que el "lavado de dinero" tenga una nueva proporción
donde nos incluye a todos como actores, porque simplemente nadie pregunta si el
dinero con que le pagan tiene un origen lícito (ya no digo justo), ocasionando
que las diferentes actividades que nos proveen de dinero no tengan relevancia,
no importa cómo lo obtienes sino cuánto tienes.
Los ricos no generan su dinero
trabajando, sino mediante el robo de plusvalía, la especulación financiera, las
estafas, la piratería, parasitando Estados y con el tráfico de drogas y
personas; en cambio los pobres usualmente sí obtenemos el dinero trabajando,
pero finalmente vale igual que el del traficante y el estafador. La corrupción
termina siendo sólo una consecuencia de cómo está organizada nuestra sociedad
en torno al intercambio de objetos por dinero, no es posible resolver la
corrupción si no se cambia primero el andamio político y cultural que le da
sustento.
Yo gano sueldo mínimo, esa condición
no me da posibilidad para acumular dinero, aparte no tengo la posibilidad de
disfrutar, compartir o regalar el fruto de mi trabajo, porque me lo roban, como
a todo proletario. Pero hace apenas dos días en un conuco que hicimos los
trabajadores en el patio de la institución sacamos el equivalente a una
quincena de mi sueldo en batata blanca, de una extensión de tierra de apenas
nueve metros cuadrados, que regamos desordenadamente cada vez que nos dio la
gana, y que sólo nos hizo trabajar el día que arreglamos la tierra para que
estuviera sueltica.
Los únicos que pueden
acumular son los que siempre lo han hecho, los ricos
Esa batata la repartimos y quedó
bastante para comer nosotros, genuinamente nació la posibilidad de compartir,
regalar y disfrutar el fruto de nuestro trabajo, increíblemente nadie dijo
"vamos a sacar un guacal de batata para el mercado: mitad pa ti y mitad pa
mí", estoy seguro que a ninguno siquiera le pasó por la mente esa
posibilidad.
No digo que ahora somos
socialistas/conuqueros/libertarios, sólo somos unos asalariados que conocemos
otra proporción del robo de nuestra energía gracias a que jugamos con tierra
por unos meses.
Estoy seguro de que muy poca gente en
las condiciones coyunturales de la guerra impuesta en nuestro país pueda
acumular plata, los únicos que pueden acumular son los que siempre lo han
hecho, los ricos. A nosotros no nos conviene ese maravilloso invento, es el
medio que dinamiza nuestra desgracia, que nos aleja la posibilidad de compartir
y de ser solidarios de forma sincera y con responsabilidad.
No es justo que en boca de nosotros,
pobres asalariados, en discusiones sobre economía repitamos los mismos
conceptos de los ricos, que para explicar lo que pensamos usemos los rudimentos
del lenguaje de los poderosos, expliquemos y justifiquemos los mecanismos con
que nos saquean la fuerza de trabajo. Cada vez que dos trabajadores pobres
(perdonando la redundancia) nos comuniquemos en la clave estúpida de
"supongamos que yo soy un banco y tú me pides un préstamo" en vez de
dedicarnos a sustituir la idea del préstamo, el banco, el dinero, la compra y
la venta, estamos condenándonos y congraciándonos con la tragedia de la cultura
universal del capitalismo humanista.
Aunque chillen los amantes de la
economía formal, la conversa sobre la pertinencia del dinero en una sociedad
diferente no puede postergarse, es nuestra tarea esmechar los conceptos en los
que hoy creemos de forma axiomática, a veces haciéndolo con más audacia que
información, con más perspicacia que sabiduría.
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