Supongamos que yo soy un banco


El cuento de hadas que nos echaron para decirnos cómo se creó el dinero está lleno de fallas de origen, nos han querido hacer pensar que fue una necesidad colectiva, un consenso universal, uno de los mandamientos perdidos en la tabla que un Moisés delirante partió en el monte Sinaí.
Nuestra especie en sus diferentes territorios ha practicado infinidad de acciones y pensamientos, infinitas formas diferentes de satisfacer las necesidades más fisiológicas y las más intelectuales. Hubo culturas sin escritura, algunas sin familia estructural, otras sin guerra, sin casa fija e increíblemente (para nosotros los citadinos) hasta hubo los que no ligaban la mierda con el agua limpia.
Entonces, ¿cómo es que en esa diversidad todo el mundo se puso de acuerdo y decidió usar dinero? ¿De verdad el dinero es así de íntimo a nuestra naturaleza? Todas las culturas tenían el equivalente al médico, la fiesta y al velorio, ¿pero acaso el dinero se puede comparar con la salud, la alegría y el duelo, en su intimidad con nosotros?
Según el cuento, estaba un tipo que criaba gallinas y otro que sembraba papas, un día el de las papas se cansó de comer sólo papa y el otro ya iba a salir volando de tanto comer gallina. Entonces decidieron hacer un intercambio para ver si hacían un chupe insípido cada quien por su lado. Pues la cosa no resultó bien, ambos quedaron con la idea de que el otro había salido ganando en el trueque y mágicamente decidieron que no se harían más intercambios injustos, creándose así un sistema perfecto de equivalencias basado en diversos corotos con un valor arbitrario dado: minerales, conchas de mar, metales, etc. Esto era el último grito, ahora un kilo de papas te valía tres conchas de mar, una gallina te valía seis y un paquete de pañales salía en mil, nadie más sería estafado por ese truculento y terriblemente inexacto sistema de trueques.
Eso de producir sólo una cosa es un mito, es evidente que es un reduccionismo del cuento para ilustrar el punto, pero en absoluto es posible que alguien teniendo que subsistir de su propia energía en una sociedad no-capitalista, se lance a cultivar nada más que papas, y ojo, a sabiendas de que sólo es un truco retórico, éste nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo se producía y cuál era ese sistema que mantenía la vida de la gente en aquellos tiempos?
A diferencia de nuestra cultura actual, donde todo el mundo usa prendas de vestir genéricas, hechas con materiales genéricos, con tallas genéricas; se vive en casas genéricas, hechas todas con la misma tecnología genérica; se comen sólo los alimentos propensos a producirse industrialmente; lo natural fuera de la cultura universalizadora del capitalismo es que nuestra subsistencia tienda a la diversidad. Es decir, que en cada territorio se hable, se vista, se coma y se refugie diferente; que haya en cada lugar una cultura diferente, donde el abastecimiento y la satisfacción de las necesidades cumplan un ciclo completo con los materiales y recursos que están a disposición. En la diversidad el trueque masivo con otras culturas y territorios sería inútil, cuando mucho sería (como efectivamente era) uno de los recursos usados para limar diferencias con sociedades vecinas para alejar la posibilidad de enfrentamientos violentos.
No hay prueba alguna de la existencia de una cultura que haya partido del trueque, luego haya acuñado moneda y después haya creado el crédito; el trueque como lo entendemos hoy nace de experiencias donde el dinero era común y luego dejó de circular moneda, haciendo que las personas ejecutaran el mismo sistema de equivalencias del dinero, pero intercambiando objetos, como se dio durante el "corralito" en Argentina.
El dinero es una abstracción materializada; el concepto de equivalencia aplicado a las relaciones sociales
Ninguna cultura previa al capitalismo se iba a lanzar el suicidio de hacer que una unidad fundamental de dicha cultura (sea individuo, pareja, familia, tribu, colectivo, secta, caserío o pueblo) se dedicara a producir únicamente un elemento.
El anacronismo es boleta, y encubre a los verdaderos responsables de la creación del dinero haciendo creer que fue la colectividad en su afán de intercambio insaciable la que generó esa necesidad. Las aristocracias de las culturas guerreras expansionistas son las que más ganaron con el invento del dinero, un elemento valioso, intercambiable por útiles, servicios, comida, sexo, personas, energía, tiempo, espacio; que no pierde sus propiedades con el tiempo, que no se pudre, que no ocupa mucho espacio y que no se muere. Eso sólo podría interesarle a alguien que puede acumular riqueza, nunca a los que viven de lo que producen de forma directa.
En todas las academias nos siguen metiendo el cuento del progreso que significó el dinero para nuestra especie, pero la alienación que ha producido no justifica ningún progreso. El dinero es una abstracción materializada; el concepto de equivalencia aplicado a las relaciones sociales. Esto ha traído consigo que ahora sepamos cuántos tomates vale un carro usando una regla de conversión, y eso puede que no sea un asunto grave, pero el mismo mecanismo permite saber cuántos tomates vale contratar un sicario, cuántas gallinas vale un polvo y cuántas botellas de cocuy vale un día de trabajo de un mecánico.
El poder hacer equivalencia entre atributos inherentes a las personas y objetos nos ha hecho un gran daño, es la piedra fundacional del egoísmo, de la falta de empatía, del "yo estoy pagando", abre la puerta a la explotación, a la generación de riqueza (madre de la pobreza), a la cultura insaciable del humanismo donde los ricos tienen la posibilidad de ser iguales, libres y fraternos a expensas del sudor de todos los pobres.
La sociedad se ha organizado bajo un sistema que presenta únicamente el requisito de poseer dinero para poder obtener objetos, mientras más dinero tienes más objetos puedes obtener. Esta posibilidad hace que el "lavado de dinero" tenga una nueva proporción donde nos incluye a todos como actores, porque simplemente nadie pregunta si el dinero con que le pagan tiene un origen lícito (ya no digo justo), ocasionando que las diferentes actividades que nos proveen de dinero no tengan relevancia, no importa cómo lo obtienes sino cuánto tienes.
Los ricos no generan su dinero trabajando, sino mediante el robo de plusvalía, la especulación financiera, las estafas, la piratería, parasitando Estados y con el tráfico de drogas y personas; en cambio los pobres usualmente sí obtenemos el dinero trabajando, pero finalmente vale igual que el del traficante y el estafador. La corrupción termina siendo sólo una consecuencia de cómo está organizada nuestra sociedad en torno al intercambio de objetos por dinero, no es posible resolver la corrupción si no se cambia primero el andamio político y cultural que le da sustento.
Yo gano sueldo mínimo, esa condición no me da posibilidad para acumular dinero, aparte no tengo la posibilidad de disfrutar, compartir o regalar el fruto de mi trabajo, porque me lo roban, como a todo proletario. Pero hace apenas dos días en un conuco que hicimos los trabajadores en el patio de la institución sacamos el equivalente a una quincena de mi sueldo en batata blanca, de una extensión de tierra de apenas nueve metros cuadrados, que regamos desordenadamente cada vez que nos dio la gana, y que sólo nos hizo trabajar el día que arreglamos la tierra para que estuviera sueltica.
Los únicos que pueden acumular son los que siempre lo han hecho, los ricos
Esa batata la repartimos y quedó bastante para comer nosotros, genuinamente nació la posibilidad de compartir, regalar y disfrutar el fruto de nuestro trabajo, increíblemente nadie dijo "vamos a sacar un guacal de batata para el mercado: mitad pa ti y mitad pa mí", estoy seguro que a ninguno siquiera le pasó por la mente esa posibilidad.
No digo que ahora somos socialistas/conuqueros/libertarios, sólo somos unos asalariados que conocemos otra proporción del robo de nuestra energía gracias a que jugamos con tierra por unos meses.
Estoy seguro de que muy poca gente en las condiciones coyunturales de la guerra impuesta en nuestro país pueda acumular plata, los únicos que pueden acumular son los que siempre lo han hecho, los ricos. A nosotros no nos conviene ese maravilloso invento, es el medio que dinamiza nuestra desgracia, que nos aleja la posibilidad de compartir y de ser solidarios de forma sincera y con responsabilidad.
No es justo que en boca de nosotros, pobres asalariados, en discusiones sobre economía repitamos los mismos conceptos de los ricos, que para explicar lo que pensamos usemos los rudimentos del lenguaje de los poderosos, expliquemos y justifiquemos los mecanismos con que nos saquean la fuerza de trabajo. Cada vez que dos trabajadores pobres (perdonando la redundancia) nos comuniquemos en la clave estúpida de "supongamos que yo soy un banco y tú me pides un préstamo" en vez de dedicarnos a sustituir la idea del préstamo, el banco, el dinero, la compra y la venta, estamos condenándonos y congraciándonos con la tragedia de la cultura universal del capitalismo humanista.
Aunque chillen los amantes de la economía formal, la conversa sobre la pertinencia del dinero en una sociedad diferente no puede postergarse, es nuestra tarea esmechar los conceptos en los que hoy creemos de forma axiomática, a veces haciéndolo con más audacia que información, con más perspicacia que sabiduría.

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